sábado, 11 de junio de 2011

El peso de la Historia: el grito de Sándor Márai

Bronislaw Baczko escribe en Marx y la universalidad del hombre: "Sólo podemos pensar en la humanidad y en el género humano enfocádolos como un problema de nuestra incumbencia, de cual somos los únicos responsables, o de lo contrario no podríamos pensar en ellos. El deseo de rehuir esta responsabilidad, y la sensación de impotencia solitaria frente a ella, se oculta detrás de una tendencia del pensamiento, característica de nuestra época, que separa la vida cotidiana de la historia, al tiempo existencial del tiempo histórico".

Es decir, vivimos el día a día, nunca la historia. Vivimos como indíviduos pertenecientes y responsables de (máximo) un país, nunca de la humanidad. Lo macro no existe. Lo micro (concentrarse en uno) es más fácil.

¿Pero qué pasa cuando esa Historia se presenta, ineludiblemente, frente a uno, y empieza a atravesar el ser arrazando todo a su paso, desde las bibliotecas hasta la sociedad misma, amenazando la misma razón de la existencia? ¿Qué pasa si un escritor como Márai se encuentra en medio de la amenaza? Pues escribe. Escribe un grito de axulio como ¡Tierra, Tierra!

1944. Hungria es el patio de guerra entre los nazis y los bolcheviques. De los alemanes a los rusos no parece ser pues el mejor cambio. Pero es un cambio y la esperanza se posiciona en el mínimo espacio que le conceda la mera idea de una posibilidad. El sentido de la existencia -el límite de la obediencia, el espacio necesario para considerarse libre-, tras extraviarse por varios años bajo la ideología soviética, termina configurándose en el lenguaje. El lenguaje húngaro que le permite a Márai saber
que algo aún gira dentro de él y que no es movido por el régimen totalitario. Un lenguaje que acoge y le brinda un hogar. Pequeño, oscuro, con la amenaza de que en cualquier momento toquen a la puerta y todo se acabe, pero un hogar al fin.

Es una clase de historia con un testigo invitado a contar su testimonio. Y el invitado no ha olvidado nada. Al contrario, todo lo ha pensado mucho. Lo que cuenta aparece y se toca. Cada individuo, cada miedo y cada interregonte.

¡Tierra, Tierra! es el grito que abraza, con una desesperación jodidamente controlada, 441 páginas de reflexiones políticas, psicológicas, filosóficas e históricas. Diría incluso que el libro en sí, como objeto, contiene una carga existencial. Que el contenido le pesa. Porque el libro, como artefacto del hombre, puede que le resulte también demasiado "pensar en la humanidad y en el género humano enfocádolos como un problema de nuestra incumbencia".

Algunas cosas:

"Así son las guerras, siempre terribles, y las botas llenas de barro siempre acaban pisoteando los manuscritos de tierras extranjeras".

"El hambre es algo más poderoso que el mismo oro".

"La palabra escrita adquiere un significado mágico al principio de cualquier empresa humana primitiva. La palabra escrita fija algo que se presenta en el alma humana primitiva bajo la forma de un deseo poco definido, de una intuición mítica, y el mito fijado en palabras se convierte en Historia, en conciencia histórica, es decir, en una experiencia cargada de responsabilidades".

"En las situaciones de crisis vital la mano invisible del destino nos proporciona las lecturas necesarias; lecturas que de alguna manera, aunque no siempre directa, nos dan las respuestas a los problemas del momento".

"La ley de la conservación de energía es válida no solo en el terreno de la física, sino también en el marco del destino personal: nunca se destruirá por completo el fenómeno que construye y constituye la personalidad más allá de la mera realidad orgánica".

"Siempre son los poetas los que transforman los pastos en patria. (...) Sabían que la Literatura comienza con las palabras innecesarias. Y que la nación comienza con la Literatura".

"En los momentos cruciales de la vida privada y social siempre surge la misma y decisiva pregunta: ¿Odias lo mismo que yo odio, o bien eres indiferente y tolerante? Quien no lo ogra odiar bastante acabará siendo odiado".

"Con la tripa vacía no se puede cantar el himno nacional".

"Sobrevivir es, al fin y al cabo, un acto tan heroico como buscar la verdad hasta el agotamiento".

"El recuerdo de la juventud es también como el ensayo general de una singular tragicomedia".

"Los que avanzan juntos en el tiempo en una misma dirección, de alguna manera nunca se conocen. Un contemporáneo no tiene rostro histórico".

"El vástago inmundo del temor es siempre el pánico".

"Hay que resignarse a aceptar que la Historia es indigna de confianza y que es arbitraria, como todo lo hecho por el hombre".

"Escribir para la nada es un ejercicio similar al esfuerzo que, con la cara congestionada, realiza un mudo para hablar".

"El terror es peligroso porque tiene miedo".