lunes, 19 de abril de 2010

La alfombra de Villoro

Acerca de La Alfombra Roja del Terror Narco de Juan Villoro, premio Rey de España 2010.

Si el narcotráfico en México se ha extendido tan profundamente en la vida cotidiana, Villoro ha hecho todo lo contrario: ha introducido más cotidianidad –su cotidianidad- al narcotráfico para entenderlo de una nueva manera. Arte, música, literatura, series de televisión, noticiarios son los parámetros del camino por el que su análisis se conduce. No, no hay teorías políticas o datos estadísticos. Sí hay, por ejemplo, bastantes joyas y botas de avestruz azul turquesa.

Se debate la legalización de las drogas, se localizan los países o ciudades que más la consumen o las que más producen, se crean estrategias militares de combate contra el narcotráfico, se revisan las maleteras en todas las fronteras, se mueren hoy tantas personas en esta lucha y mañana otras tantas. Todo gira y gira y no se ve cerca ningún final. Todo gira y gira posiblemente alrededor de unas botas de avestruz azul turquesa.

Villoro se ha ido al otro lado del problema, no a la dramática ilegalidad que configura hoy a la cotidianidad del norte de México, sino a la posible causa real y legal de ésta: la tendencia del consumismo que ha brotado de un capitalismo que, como señala Michael Moore en Capitalismo: una historia de amor, es la libertad para elegir tu trabajo, para elegir lo que quieres comprar. Hoy es algo así como en qué debo trabajar (qué debo hacer) para poder comprar aquello que quiero comprar, por ejemplo unas botas de avestruz azul turquesa. Sandra Ávila, la ex pareja de uno de los mayores narcos, es el ícono. En palabras de Villoro: “la descarada tendencia de la época a la satisfacción exprés se ha aliado en México con la impunidad”. En el mundo, diría yo.

Más genial aún. Villoro ha sabido ver toda esta realidad (no única verdad) en algo así como el límite entre la teoría y la práctica de las cosas, las expresiones. Expresiones como las de Warhol, los Rolling Stones, Los Sopranos, Kafka, J. G. Ballard, los mass-media, Rosa María Robles, etc. Expresiones que interpretan y dicen cosas para él y que él interpreta y nos dice a nosotros. Esto es, en parte, por lo que se ha ganado mil críticas, por lo que enfatizan que un literato no se debe dedicar al trabajo periodístico. Terrible punto de vista.

La crónica de Villoro es un ejemplo de lo que debe ser el periodismo contemporáneo. El primer paso hacia delante de un periodismo donde justamente el periodista no es un ser estancado entre las teorías, la información y el mundo, si no un ente activo, un animal racional. Arcadi Espada ya lo dijo en Diarios 2004: “Al joven periodista le enseñan, en algunos códigos, a persignarse tres veces. Las noticias deben contrastarse con tres fuentes, dicen con la prosa segura del que no ha escrito jamás una noticia. Entre las tres fuentes siempre se olvidan de la primera y principal: el propio periodista contrastando con su inteligencia, su coraje y su cultura, en el tiempo, a veces muy breve, que separa al descubrimiento de su relato. Si lo que ha visto o ha oído puede someterse a la prueba de la razón”.

Benedetti en La Tregua plantea que la belleza de una mujer no radica en alguna parte específica de su cuerpo, sino en el ojo del hombre. Y algo así nos enseña también Villoro, que las formas y razones de las cosas probablemente no están ahí donde se dan, sino en nuestra particular, alimentada y entrenada manera de saber ver las cosas.

Algunas cosas:
“La impunidad no desapareció cuando el PRI perdió la presidencia; se dispersó en medio del desconcierto”.

“La mediósfera es el duty-free del narco, la zona donde el ultraje cometido en la realidad se convierte en un "infomertial" del terror”.

“"Si no haces correr la sangre, la ley no es descifrable", escribe Lyotard a propósito de "La colonia penitenciaria". Tal es el lema implícito del crimen organizado. Su discurso es perfectamente descifrable. En cambio, la otra ley, la "nuestra", se ha difuminado”.

“En la época de los placeres programados, la insatisfacción es una queja malévola o el peculiar anhelo del dandy”.

“La gratificación de lo ilimitado a la que aspiran los nuevos modos de comportamiento adquiere en el relato del crimen el amparo de lo oscuro: 15 minutos de impunidad para cualquiera”.

“Como los superhéroes, los narcos carecen de currículum; sólo tienen leyenda”.

domingo, 11 de abril de 2010

"Invertir" según LJ Cisneros





"Entiendo ciertamente la palabra invertir en sus más ricas acepciones espirituales y muy lejos de su significación bancaria". (Luis Jaime Cisneros)

jueves, 1 de abril de 2010

"Lo que pudo y puede ser": Manifiesto del Siglo XXI, un dibujo de Carlín

"¡Qué refrescante resulta un intelectual peruano con sentido del humor, y qué serio es eso!" se me adelantó a escribir José Adolph en su reseña o crítica de Habla el viejo de Carlos Tovar, Carlín, en Ciberayllu. Yo lo cito ahora para Manifiesto del siglo XXI (2006). Al parecer el tema central de ambos libros no se aleja mucho. Pero yo me remito a hablar del Manifiesto.

Hablar de la y las teorías de Carlos Marx hoy en día para muchos resulta retrogrado, necio. Es que sucede pues que "lo marxista" se ha comido por entero "lo marxiano". Es decir, todo el imaginario cultural acerca de Marx creado a lo largo de la historia ha dejado de lado, en buena medida, los textos en sí. Inclusive una vez subrayé una gran frase de Quino en Mafalda: "Qué tranquilidad reinaría en el mundo si Marx no hubiera tomado la sopa". Después de unos años discuto con ello y creo que la tranquilidad reinaría si todos aquellos que suelen vincularse con él lo hicieran con esa "expresión precisa de tú vida real, acorde con el objeto de tú voluntad" que decía Marx, en Los Manuscritos de París, era el mejor modo de relacionarse con el hombre y la naturaleza. Osea, que cada quién asimile y critique de forma real (personal) sus teorías y después, recién, condene, santifique o tome en cuenta a alguien.

Carlín sabe muy bien cuál es su voluntad: luchar democráticamente por la reducción a cuatro horas de trabajo. Puede sonar descabellado en un mundo donde cada vez se olvida más el derecho de las ocho horas y se estimula -como gran virtud y elemento nuevo de la digna moral- la entrega completa de la persona a la causa de sus centros de trabajos. Y esto, para Carlín, es la gran contradicción en un mundo regido por la divinidad de la tecnología que no debería hacer otra cosa que reducir las horas de trabajo del hombre. Al fin y al cabo es así como se profana: como las grandes ventajas brindadas al hombre, pero que al final no están haciendo más que reducir a la persona -a las que aún conservan sus puestos de trabajo y no han sido desechados por alguna máquina que hace el trabajo de 10, 15 o 50 personas- a mera batería energética de la gran máquina tecnológica.

En un país como el Perú, el aumento de los indices de producción y desarrollo no significan mayores puestos de trabajos y mucho menos mejores calidades de vidas. Carlín se pregunta: "¿en qué vericuetos de la estadística se nos sustraen los esperados puestos de trabajo?"

Para explicarlo se remonta a los conceptos de "fuerza de trabajo", "valor de uso", "valor de cambio", de Marx, donde al final, hoy, se ve afectada la ganancia. Pero también se remonta a sus gran capacidad figurativa. El mundo empresarial se ha visto, de pronto, tratando de subir una "escalera eléctrica" que es para bajar. El desarrollo tecnológico lleva a la reducción de personal y a una mayor producción que disminuye su valor, su valor de cambio que sólo se lo da la fuerza de trabajo. Por ello las empresas se ven en la necesidad de, a ese puñado de trabajadores que les queda, exprimirle su fuerza de trabajo para que, después, se han reinvertidas en mayor medida en las máquinas y, en cada vez menor medida, en las personas. "Los enormes capítales del mundo (como el de los fondos de pensiones) se comportan como fieras gigantescas que olfatean desesperados en busca de alimento".

Reducir las horas de trabajo significaría entonces tratar de cubrir esa necesidad de fuerza de trabajo con mayor personal que trabaje cada vez menos. Así se aumentaría la población empleada y la calidad de vida de los mismos.

Carlín reconoce que esto puede ser visto como ir en contra de los principios de las tendencias que van en contra del capital, que sería darle vida al capitalismo, pero eso no le importa mucho (y estoy de acuerdo). Recuerda que Marx, una de las primeras cosas que hizo fue luchar por la reducción de las horas de trabajo. Es decir, puede ir contra de los principios marxitas, pero no de los marxianos.

Al final, a pesar de todo, quedan muchos cabos sueltos. En cierta medida, sería, creo, una forma de llevar a la igualdad económica a una sociedad (los que ganan por trabajar ocho horas bajarían su sueldo al de cuatro, y los que no trabajan pasarían a tener uno de cuatro también). De esta forma se gana también más consumidores, pero... si se trabaja menos se tendría más tiempo libre, sí, pero ¿más tiempo libre no significa también mayor tiempo o posibilidad de consumo, es decir, necesidad de más dinero? Otras cosa, Carlín propone que el tiempo libre serviría para que la gente se dedique a sus trabajos por amor, a la cultura, etc. ¿Cómo ser tan confiado en ello? ¿No habría la posibilidad también que aquel que trabaje menos vea simlplemente más televisión?

Hay más, mucho más que hacer: acompañar esos cambios laborales con cambios en la educación y la cultura, en el mercado, en los principios, en la vida interactiva con la naturaleza, etc. Sólo con un cambio completamente estructural en todos los ámbitos, la sociedad podría llegar a entender de manera eficaz lo que tan bien sintetiza Carlín para dar inicio a "lo que pudo y puede ser":

"Nos resistimos a entener que, únicamente cuando hayamos conquistado el ocio como un derecho, seremos realmente libres".

Charla Manifiesto del Siglo XXI por Carlos Tovar (Carlín)
Lugar: Auditorio de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Fecha: 8 de Abril
Hora: 12 m.
Presentado por la Carrera de Periodismo de la UARM